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FERNANDO NOY, “EL GRAN PEZ”: ESCRITO EN EL CUERPO, CON LOS HUESOS, CON LA SANGRE
Por Virginia Ceratto
(Especial para @fancinemamdq)
Tratándose Fancinema un sitio de cine, vale la referencia de los dos films para intentar traducir las experiencias extraordinarias -y cabe el término en toda su extensión- que significaron los dos encuentros con el poeta, dramaturgo, actor, productor… maestro, mago, Fernando Noy en el Auditórium de Mar del Plata. Tanto en el ciclo Cruce de palabras -donde fue magistralmente llevado en el puente del diálogo por la mano lúcida de la profesora Marta Villarino (UNMDP)-, como en su espectáculo La poesía en escena, en la Sala Nachman.
Frase común: la tercera es la vencida. Que haya una cuarta. Noy vino por primera vez a la ciudad durante la primera gestión de Marcelo Marán en el Auditórium, trayendo la muestra de su amigo, colega y alma gemela Batato Barea; luego, también bajo la dirección de Marán, presentó su obra Perlas quemadas; y ahora llegó el turno del Cruce de palabras y de La poesía en escena. Decirlo en una frase: Noy es la poesía.
El no interpreta sus textos o los ajenos, él no dibuja un personaje, él se escribe y se reescribe, se renace y se inventa, se relata como un mandala desde tiempos inmemoriales, en la máquina de escribir, en los cuadernos, en la computadora que nos ha dado este tiempo, en el súper mercado chino, en la calle, en la sonrisa atónita de la vendedora de paltas a la que le dedica una profecía. Porque él es memoria y profecía.
Memoria de su pasado, entrelazado con la historia sudamericana, sobre todo la argentina y brasileña en tiempos de la dictadura genocida (no concibo mayúsculas para lo atroz) y el exilio europeo, su pasado militante, en política y la defensa irrestricta de los DDHH, el consumo y experimentación de drogas y su aprendizaje humilde y sincero… sincero, sin ceros, sin ahorrar nada, para desalentar a la Muerte, al abuso, sin posturas caretas, sin discursos pretensiosos, solamente la voz de un sobreviviente que aprendió a vivir de otra manera: la poética.
Porque la poesía, o el arte, como gusteis, es la mejor manera de transfigurar y revalorar el mundo.
Una poética donde lo mítico, al estilo y según la estirpe de los Antiguos Griegos, trae al poeta como vidente, como develador de la Verdad, eso es Aletheia, quitar los velos.
Noy quita los velos de la hipocresía vieja y contemporánea y aventura lo que vendrá, porque lo ha visto, desde el antiguo Egipto, donde sabemos que vio sus 10 hijos nadar en el Nilo, como faraona, pero esa es otra película, que también compartió con la atónita platea.
Y transfigurado en su voz y la carnadura de su voz, sus poemas, las palabras de sus amigas Adelia Prado, a quien tradujo dándole una versión en rioplatense y en su cuerpo, Alejandra Pizarnik, a quien conoció como a un Brian Jones inseparable y a quien protegía de sus temores junto a la Maga Olga Orozco, y qué decir de Marosa Di Giorgio, de la que rescató aún ese texto descartado por ella pero imperdible para los mortales: La hija del diablo… como un alter ego del Max Brod de Kafka. Y finalmente, su obra inédita y presentada a un excelso auditorio: El cuarzo oscuro. Memorable.
Y la escena es así: entra Noy y convierte con sus movimientos circulares de derviche -ay de quienes no lo advirtieron- a la Nachman en una sala mágica, y ya la magia estaba instalada. Un kaftán color durazno, como las frutas que se desgranan en los cielos de Marosa, una boa que lo transformó en algo más, un turbante y sus manos.
Manos para conducir las palabras, atraparlas en pleno vuelo, llevarlas y elevarlas, regarlas en la platea, musicalizar el flujo de la sangre en esa comunión de intérprete de un más allá que es un acá en el escenario y la platea. Por lo demás, un atril, algunas hojas impresas delicadamente posadas en un soporte, una luz, y la proyección del excelente director y puestista Gastón Ezcurra, con documentos -fotos y dibujos originales, vida y obra, vida que es su propia obra- que daban el contrapunto de esa melodía alucinada, de ese cántico perpetuo y no monótono en el que fuimos transportados a una experiencia poética. Casi inenarrable. Es decir que todo lo que aquí precede y sigue es un exceso, permítaseme, un homenaje.
Noy cuenta, y parece cuento. Y lo mejor, que siempre se comprende luego, cuando la experiencia ha pasado, es saber, comprobar, como en El gran pez que todo ha sido verdad, ¿una verdad inventada? como quería Clarice Lispector… tal vez, pero verdad y realidad. Quienes somos afortunados y formamos parte de su familia en esta vida lo sabemos. Todo lo que cuenta, es cierto. O lo ha sido, o lo será.
Noy no protagonizó el under, lo inventó. Con Batato, con Urdampilleta, Tortonese, Karina con K, Katya Aleman… Chabán, la Petra Lemebel, su amiga inseparable que lo había elegido como “la loca de arriba” para Tengo miedo torero, que iba a ser con Jhonny Depp, y que nunca fue, a pesar de los contratos firmados. Versión hollywoodense que la Metro o alguna otra se perdió.
Mejor suerte tuvieron la Bemberg, Polako… Ezcurra y algo quedará de lo que no fue en el cielo, o en la Nube, vaya uno a saber.
Los griegos sabían que respetar a sus poetas era asegurar el futuro. Nosotros lo estamos aprendiendo. Y estos encuentros lo confirmaron.
La Noy es una profetisa, otra versión de la Sibila de Cumas que nos dice lo que aconteció y lo que ocurrirá. Lleva la poesía como profecía escrita en el cuerpo, desde que vio esta vida y transitó otras.
Y en ese mágico resplandor, nos auguró que la vida proseguirá, es palabra de Noy. Yo lo alabo, Maestro.
Que se repita. Amén.
Dramaturgia: antología de textos de Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Amelia Biagioni, Marosa Di Giorgio y Adelia Prado . Intérpretes: Fernando Noy. Vestuario: .
Dirección y puesta en escena: Gastón Ezcurra . Sala: Sala Nachman del Teatro Auditórium (Boulevard Marítimo 2280, MDP).