Regular
La vida es una sucesión de momentos
Por Rocío Belén Rivera
El pasado viernes 29 de abril la obra Fragmentadas se despidió del Teatro Porteño (Corrientes 1630), en lo que fue su última función en dicho lugar. La puesta comienza con proyecciones de, valga la redundancia, fragmentos de grabaciones “caseras” de la cotidianeidad de los personajes que conoceremos una vez empezada la obra. La misma cuenta la historia de tres personajes tajantemente representados e identificables: Malenka, Sami y Romina. La historia personal de cada una de estas mujeres se irá narrando fragmentariamente a lo largo de los 70 minutos que dura la puesta. Quien está a cargo de comenzar el relato es Malenka, emprendedora “gimnasta” rusa, que ha venido a la Argentina a realizar un programa televisivo de consejos saludables en Lanús. Cabe destacar que, en esta última función, este papel fue muy bien interpretado por una actriz suplente, ya que la protagonista habitual se encontraba enferma, y fue el personaje que, en lo personal, más me gustó y más me hizo reír (ese era el objetivo de la misma, hacer reír, confirmaron las actrices en el final de la obra), al mismo tiempo que fue una interpretación realmente aclamada por el público, quien valorizó no sólo el trabajo vocal y lingüístico (de realizar un lenguaje que mezcla el acento ruso y el español), sino también su trabajo físico y su caracterización particular.
Las otras mujeres protagonistas eran Sami y Romina. Sami es una madre judía, que a escondidas baila temas de Madonna de forma sensual y provocativa. En un principio, los bailes eróticos de esta muchacha (donde se pondera la utilización de la carnalidad del cuerpo, no sólo porque se lo muestra, sino también porque se lo siente desde lo físico, con los ruidos que su baile realiza sobre el suelo de madera del escenario) interrumpen las narraciones de las demás mujeres, pero hacia la mitad de la representación, una vez que adquiere la típica vestimenta de madre judía, nos relata su historia y la relación amor/odio que lleva con su familia, su cultura y sus tradiciones, mientras cocina bocadillos para llevar a la sinagoga donde trabaja su marido.
Por otro lado, Romina es un ama de casa joven, caracterizada algo vulgarmente, que se encuentra realizando un casting para un programa televisivo de talentos. Su talento, en realidad, es la nada misma, su presentación para los productores del supuesto programa, es una serie de monerías sin gracia, grotescas y ridiculizadas. Luego de realizada su mostración, la actriz representa el diálogo imaginario con los supuestos productores, donde relata parte de su vida, su hijo, su novio, su vida en el barrio, etcétera. Su acento “piola”, su habla sin “s”, se presenta como lo gracioso de su personaje, el cual si bien está bien representado y es el personaje que más risas produjo entre el público, el mismo se constituye también como el rol más chocante, ya que en él se pueden leer varios gestos de clase (el tipo de vestimenta, el habla, el cuerpo, su contexto social, el maquillaje, etc.) vulgarizados de forma exagerada, rozando lo grotesco (con comida en su cara, manchada, etcétera), lo cual habilita la estigmatización peyorativa de un sector de la sociedad, más que problematizar y reflexionar sobre eso a través del humor.
Si bien el espectáculo está presentado como una comedia, donde se reflexionan diferentes temáticas sociales y culturales en las que vivimos inmersos, el mismo no lograría constituirse como un estímulo para el pensamiento crítico. Más que problematizar ciertas circunstancias de injusticia (como la violencia institucional y de género -en el caso de Romina-, la violencia cultural que subyuga a la mujer -en el caso de Somi-) o de fracaso profesional y personal (en el caso de Malenka), la obra más bien se toma de estos tópicos para reírse a través de la caricaturización de distintos estereotipos sociales (la madre judía, la piba villera, la inmigrante), lo cual podría ofender a más de uno, más que hacer reír. Sería interesante que en la nueva puesta se abogue hacia un humor que permita reflexionar sobre este tipo de temáticas serias, no hacer reír a través de la ridiculización de la desgracia ajena, porque reírse de alguien que cuenta cómo le rompieron la cabeza contra una heladera porque lo narra con acento “villero”, puede resultar ofensivo.
Queda esperar el nuevo espectáculo, que más allá de la opinión de quien escribe, tiene buenas intenciones, solo que faltaría pulir, algunos aspectos en la composición y caracterización de los personajes, para no caer en el estereotipo social tradicional. A modo de cierre, es realmente destacable cómo las actrices se mostraron abiertas hacia el público una vez terminada la obra, habilitando el diálogo entre ellas y los espectadores, alentando las críticas (que las hacen crecer) y explicando la situación de la finalización de la puesta. Brindemos porque más artistas respeten tanto al público cómo estas tres actrices.
Queda pendiente, según palabras de las propias intérpretes, encontrar un nuevo espacio que le abra las puertas a esta obra, ya que la idea es seguir en cartel, según explicitaron las actrices.
Dirección: Nancy Gay Actúan: Anita Aguila, Marina Tanzer, Paula Farías Luces y Sonido: Hacho Baddaraco Fotografía: Santiago Ariel Zequeira Diseño Gráfico: Lucio Medori Video: Luciano Barreda Prensa: Jotas, Comunicación y Prensa