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El peor de los públicos

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Buena


La vida y la muerte como puros artificios teatrales

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

el_peor_de_los_publicosLos cuerpos de los fallecidos nos hablan de maneras particulares, nos interpelan desde sus silencios, desde lo que no dicen con las palabras pero sí con gestos y miradas congelados para siempre, desde las huellas que marcan sus físicos por toda la eternidad. El diálogo con los que establecemos es prácticamente inevitable, no sólo desde la palabra sino también a través de otros lenguajes y modalidades de comunicación.

Lo que hace El peor de los públicos es poner todo esto en evidencia, potenciando los modos de entrecruzamiento entre el mundo de los vivos y ese universo que intuimos que es el de los muertos, a través  de la historia de Atilio, un viejo maquillador de cadáveres de origen español, quien trabaja en el sótano de una funeraria, desarrollando su oficio con conciencia y capacidad de artista. Lo que vemos es un recorte particular y preciso de su labor, cuando le toca trabajar sobre el cadáver de una celebridad que falleció en una circunstancia extrema. Será el contacto con este cuerpo lo que irá desatando toda una serie de confesiones por parte de Atilio, y así podremos ir conociendo sus orígenes, las decisiones que lo llevaron a que terminara España para arribar luego a la Argentina, sus aprendizajes, sus hipocresías, las distintas capas de su ser, la fortaleza pendenciera y malhumorada que construye hacia afuera, su ternura y necesidad de afecto que procura esconder.

Ya desde su mismo título pero también a partir de su narración y la construcción del personaje central, que se complementa con ese muñeco que representa al cadáver de la celebridad, El peor de los públicos reflexiona con profundidad y a la vez honestidad –apoyándose siempre en el humor- sobre la materialidad teatral, los artificios y la existencia una otredad, un afuera, que siempre está juzgando, y que porta la carátula de “público”. Atilio monta su propio texto teatral que es su vida, construye su propia puesta en escena que es su carácter podrido y a la vez derrumba la cuarta pared cuando se pone a hablar con ese cadáver que lo acompaña, básicamente porque intuye que puede entenderlo porque los actores se entienden entre sí, y Atilio actúa siempre, hasta cuando es sincero.

Aunque en algunos pasajes caiga en obviedades sobre las frustraciones, deseos y temores que plagan la existencia, El peor de los públicos posee pasajes sumamente fructíferos –de la mano de la performance de Alejandro Lifschitz, siempre en una modalidad paródica pero no exenta de melancolía-. En esas instancias, el espacio es uno solo y a la vez muchos –el fuera de campo, a través de un simple objeto como es un teléfono, adquiere un fuerte peso simbólico e icónico-, el presente confluye con el pasado y el futuro, y Atilio no es el único personaje e incluso hasta deja de ser el único protagonista. Atilio habla con el cadáver y lo transforma en otro personaje, hilvanando a la vez un lazo con toda una tradición cultural que nos puede parecer representativa de otra época, pero que no deja de tener conexiones con nuestro presente.

El peor de los públicos, aún en sus vaivenes narrativos, construye paredes estéticas, superficies formales que luego derrumba. En esos quiebres entabla un permanente diálogo con el espectador, que inevitablemente se siente un poco como Atilio, conversando con espíritus que responden a su manera.


Autoría: Andrés Binetti, Alejandro Lifschitz Actúa: Alejandro Lifschitz Escenografía y producción: El Peor De Los Públicos Iluminación: José Binetti Realización de muñecos: Norberto Laino Asistente de producción y dirección: Verónica Parreño Prensa: Circe Cultural Dirección: Andrés Binetti Duración: 55 minutos Sala: Fandango Teatro (Luis Viale 108, CABA) – Sábados a las 21:00.


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